CRUDIVORISMO



Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia de ingerir una cantidad considerable de alimentos crudos en nuestra dieta.

Cuando hablamos de alimentación vegetariana, podemos afirmar que practicamente casi todos los alimentos que la componen pueden tomarse crudos. Esto es importante ya que gran parte de los nutrientes se pierden o se destruyen por completo cuando los sometemos a altas temperaturas.
Por ejemplo, la vitamina C, la tiamina y el ácido fólico, así como las enzimas se destruyen con el calor.

Los alimentos que consumimos tras haberlos cocinado, ya sea mediante la cocción, al freírlos o asarlos quedan bastante desmineralizados y desvitaminizados. Sin mencionar las toxinas resultantes de estos procesos a los que se someten los alimentos.

Con respecto a las frutas, aunque lo habitual es que se consuman crudas, es necesario advertir lo altamente tóxicas que se vuelven tras pasar por algún tipo de cocción.

Las hortalizas, en general, pueden comerse crudas y no es un hábito sano el cocinarlas por sistema.
Por ejemplo, la col no resulta flatulenta cuando se come cruda, siendo además muy beneficiosa para el estómago.
La remolacha es bastante digerible cruda, pudiendo ser tomada rallada o en rodajas finas.
El tomate se vuelve tóxico, pesado e indigesto cuando se fríe o cocina de cualquier manera, la vitamina C que contiene se destruye y también gran parte de la B.

Así que, como norma general, los alimentos que suelen consumirse tanto crudos como cocinados (zanahoria, cebolla, ajo, perejil, etc) hay que intentar tomarlos en su estado original, es decir crudos, siempre que sea posible.